"Hagen comprendió que los policías creen en la ley y el orden de una forma muy inocente. Un policía cree en ellos más que el público a quien sirve porque, después de todo, de ellos, de la ley y el orden, deriva ese poder personal que él ama tanto o más que el resto del mundo. Sin embargo, en el policía late siempre una especie de resentimiento contra el público a quien sirve. Siendo al mismo tiempo su guardián y su servidor, como guardián resulta desagradable, ofensivo y exigente, mientras que como servidor es astuto, peligroso, y está lleno de hipocresía. Tan pronto como uno cae en manos de la policía, el mecanismo de la sociedad a la que el policía defiende pone en juego todos sus recursos para arrebatarle su presa. Las sentencias las dictan en realidad, los políticos. Los jueces suspenden las sentencias dictadas contra los peores delincuentes. Los gobernadores de los Estados, e incluso el presidente de la nación, conceden indultos plenos de los que se benefician aquellos cuyos abogados no les han conseguido la libertad. Y así es como, después de algún tiempo, el policía ha conseguido aprender la lección: ¿Por qué no beneficiarse él de los tributos que pagan muchos de estos delincuentes? Él lo necesita más. ¿Por qué sus hijos no pueden ir a la universidad? ¿Por qué su esposa no puede comprar en las tiendas más caras? ¿Y por qué no puede él tomarse unas vacaciones en Florida? A fin de cuentas arriesga su vida, y eso debe tener su premio."
El Padrino, Mario Puzo, 1969.
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