Nuestra clase política es tan mediocre que hace más de treinta años no tenemos un ESTADISTA y el último que tuvimos lo dejamos pasar con más pena que gloria. Las últimas generaciones solo conocen populistas, que es otra cosa, por cierto muy peligrosa.
Un Estadista, según Hernando Roa Suárez, abogado y periodista miembro de "Paz Querida", es un "Líder político que se ha preparado cuidadosamente, que ha tenido experiencia teórica y práctica en el ejercicio del poder y que está pensando sobre todo en las futuras generaciones, no solo en la coyuntura inmediata, no en hacer populismo, sino hacer exactamente la tarea de un político muy bien formado. Un Estadista es un líder político pero muy pocos líderes políticos se merecen el nombre de Estadistas".
El último Estadista que tuvimos en el siglo XX fue Virgilio Barco Vargas, presidente entre 1986 y 1990, antes de llegar a ese cargo fue alcalde mayor de Bogotá, fue ministro de agricultura y obras públicas, embajador ante Reino Unido y congresista. Como presidente enfrentó la guerra contra los carteles de las drogas y fue uno de los primeros en internacionalizar el problema del consumo, además enfrentó a los grupos guerrilleros y paramilitares que trajo consigo la muerte de varios candidatos presidenciales como Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro Leongómez con quien había firmado la desmovilización del M-19, donde militaba el hoy Presidente Gustavo Petro.
A Barco lo reemplazó César Gaviria, un afortunado que tomó las banderas de Galán Sarmiento y que no solo terminó de enterrar su legado si no que además aprendió muy rápido lo que era vender la nación, a él le debemos la "apertura económica" y el neoliberalismo. Fue tan aplicado en su carrera de enriquecerse, que en el 2021 fue mencionado en los Pandora Papers, lo peor es que aún sigue viviendo del Estado y acomodándose donde le sea posible la burocracia.
Siguió Ernesto Samper Pizano, quien también había hecho carrera como Estadista pero que su cercanía con el narcotráfico marcó no solo su gobierno si no toda una generación que se dedicó a la delincuencia, al dinero "fácil", a la corrupción, a la prostitución, una generación que dejó una descendencia que hoy se presentan como empresarios y que se pasean con la clase política a la cual financia. Por fortuna Samper se dedicó a no jodernos más, al menos en lo público.
Los siguientes presidentes fueron el reflejo de un país empobrecido, traqueto e ignorante, Andrés Pastrana fue elegido por ser un delfín y por que su imagen salía todas las noches en un noticiero, para fortuna de él Duque le quito el título de peor presidente. En medio del desorden de país y el poderío que Pastrana le dio a las FARC, apareció el populista Álvaro Uribe Vélez, un país sediento de sangre que encontró en su retórica el sheriff que necesitaba y que además de cambiar la constitución a su antojo, de terminar de vendernos a los gringos con el Plan Colombia que le dejó Pastrana, de convertir a las fuerzas armadas en asesinos y a las fuerzas de inteligencia como sus oídos, de mostrar muertos como éxitos, de privatizar nuestros recursos, de gobernar para los poderosos, nos dejó un país donde todos éramos terroristas, especialmente los jóvenes humildes. Dejaré a Juan Manuel Santos de cierre y de Duque, ustedes juzgarán por sus actos, por lo menos está fresquito, genio y figura hasta el último día, un poco más y le cambia las cerraduras al Palacio de Nariño para complicarle la entrada a Petro.
Juan Manuel Santos fue en verdad el primer Estadista de este siglo, otro delfín que entendió que para gobernar había que formarse, fue ministro de comercio exterior, ministro de hacienda, ministro de defensa (donde le dio los mayores golpes a la subversión) y el único Presidente en firmar un tratado de paz con la guerrilla más antigua del continente y que le hizo merecedor del Nobel de Paz. Si bien fue un político de carrera que se acomodó en todos los gobiernos, fue un hombre que le apostó a un propósito nacional, lo que además le permitió una reelección. Dentro de todo sus errores fue grande como político y esto lo convirtió no solo en Estadista, si no también en el enemigo público del Uribismo que nunca le perdonó que fuera más grande que el Gran Colombiano, porque además de acabar con el negocio de la guerra, nos permitió reconocernos como una sociedad en decadencia donde el Estado ha sido tan criminal como los subversivos, los narcotraficantes y los demás bandidos.
Ahora se posesiona un hombre que también se formó para ser un Estadista, sin ser un delfín, un hombre común, un exguerrillero, un hombre con ideas de cambio, que habla de las responsabilidades que tienen los países del primer mundo con el medio ambiente, que habla de cambiar deuda externa por cuidar la Amazonía, que se enfrenta a los gringos y les dice que su guerra contra las drogas es un fracaso, que le dice al Ejército que ahora el honor se cuenta en vidas no en muertos y que para hacerlo deben trabajar en la Colombia profunda, al lado del campesino y los líderes sociales, trabajando en infraestructura y en mejorar su calidad de vida, que se atreve a decir que en este país hay negros, mestizos, indígenas y sobre todo mujeres que deben ser tan importantes como los que hasta el momento han sido privilegiados por el Estado.
El trabajo es arduo, especialmente porque para hacerlo se requiere una nueva generación, esa generación que salió a las protestas nacionales y que fueron reprimidos por el Estado en una guerra de pobres contra pobres. Gustavo Petro se le midió a ser Estadista, se lo permitieron y eso ya es un logro, ahora a ponerse al nivel de los grandes hombres que estas generaciones no han conocido pero que necesitan para tener una esperanza.
Soy un vago que lee.
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