En mis clases suelo compartir con los estudiantes reflexiones sobre la vida, tengo la ventaja de ser sociólogo y esto me sirve de complemento para apoyar a los jóvenes en su crecimiento personal, uno de esos temas es el retiro cuando aún se tiene energía y se puede disfrutar, esta es mi experiencia.
A la vida se llega sin un manual, por eso muchas de las cosas que deberíamos de aprender en la casa, en el colegio o en la universidad no lo aprendemos allí, porque muchos son tabú, por ejemplo el envejecer y el morir es un tema que no se toca porque estamos en una sociedad que vende la idea de la juventud eterna para motivar el consumo y la muerte está rodeada de supersticiones aunque sea lo único seguro en la vida.
Desde el colegio y luego en la universidad nos forman para ser productivos siempre, como si nunca nos pudiéramos retirar, esto forma parte del modelo capitalista en donde solo servimos si fabricamos dinero para luego gastarlo en bienes que en muchas ocasiones no necesitamos, al modelo económico no le sirve los pensionados porque no gastan igual, por eso los bancos nos buscan para endeudarnos a través del sistema de libranza, en otras palabras vivir pagando para morir debiendo.
Algunos somos diferentes y logramos salirnos de esta condición, somos antisistema y de alguna manera somos un grupo privilegiado, aquellos que algún momento entendimos que la vida va más allá del trabajo y que se puede hacer mucho más sin marcar un horario o depender de un estatus. Les compartiré mi experiencia, de alguna manera revolucionaria y porque no, subversiva.
Al llegar a los 35 años comencé a tener la idea de retirarme joven, pero fue solo hasta que llegué a los 38 años que la idea comenzó a tener fuerza, una madrugada en una playa a la que me volé mientras participaba como conferencista en un evento académico. Un vendedor informal me dijo que vivía en una cabaña a pocos kilómetros y que sus hijos eran pescadores, ese señor no tenía todos mis estudios ni mi estatus pero veía amanecer y atardecer en un lugar al que yo solo podía ir pocas veces en la vida y encima endeudándome. Ese día decidí que planificaría mi retiro antes.
Todo lo que he hecho en mi vida lo comencé soñando, varias veces hice cuentas, calculé inversiones y en muchas ocasiones le contaba mis ideas locas a Alma Patricia, mi esposa, le decía que de ancianos iríamos a vivir en una casa rodante donde venderíamos libros y dictaríamos conferencias a los transeúntes, en otra ocasión le dije que podíamos vivir vendiendo helados un parque para entretenernos mientras esperábamos la pensión o que tuviéramos una finca donde sembrar nuestra comida. Todo esto le parecía raro a ella, que como buena citadina creía que todo en la vida era trabajar, trabajar y trabajar.
Sabía que en algún momento era necesario el retiro, no solo porque no tuviese la energía suficiente, si no porque al retirarme daría la oportunidad a otras personas de ocupar mis puestos, que para ese momento eran cinco entre asesorías, docencia y ejercicio profesional. El permitir a los jóvenes incursionar en el mercado laboral es un oxígeno a las empresas y al país, por eso la cotización para la pensión fue una prioridad, incluso cuando no tenía un contrato laboral, era el ahorro para garantizar una vejez sin preocuparme por el pan.
Como emprendedor sabía que el promedio de vida de una empresa en Colombia no supera los 30 años debido a que no existe el cambio generacional, por eso desde los 45 años comencé a involucrar a mis hijos en el negocio, no era necesario que estudiaran lo que yo estudié, era necesario que conocieran el funcionamiento para que, sin abandonar sus profesiones, contratar expertos en cada uno de los temas que yo manejaba, no se trata de hacer buenas empanadas, lo importante es saber quien las hace bien hechas. Logré el objetivo y mis hijos entendieron que su futuro podía ser utilizar mi presente y lo aprendido en el pasado.
Me decían que al retirarme joven me iría a aburrir, que aún podía ser productivo y otras justificaciones propias de quien no ve más allá del trabajo. Yo tenía en claro que debía responder a dos interrogantes: ¿Hasta cuándo? y ¿Hasta cuánto?, las respuestas fueron: Hasta los 50 años y con un capital que me permita recibir una renta mensual mientras me llega la pensión, o sea 12 años más.
Sobre lo de aburrirme lo afronté como una oportunidad para una segunda vida, por eso estudié una carrera que siempre había querido y que nunca tuve la oportunidad: la sociología. A los 50 años me retiré de mi profesión de farmacéutico, luego de 30 años de ejercicio y a partir de ese momento decidí ejercer la sociología, ya no para enriquecerme en lo económico si no para enriquecerme en lo intelectual y tener muchas historias para compartir a mis nietos.
Con todo lo anterior comencé mi segunda vida, lo primero fue dejar a un lado los títulos y el estatus, me bajé de los aviones y de los hoteles que eran habituales en varios recorridos por Latinoamérica, me enfrenté a ser una persona normal, dejar mis circulos profesionales y gremiales, comenzar a encontrarme con amigos de la juventud y crear nuevos lazos. Volver a ser feliz e indocumentado.
El segundo paso fue entregar la empresa a mis hijos, dejarlos que como socios tomen sus decisiones, luego de 10 años a mi cargo era necesario que ellos la reingeniaran, con personas de su edad, con su tecnologías y sobre todo con sus energías. Ahora pasé a ser su empleado, ya no tengo responsabilidades gerenciales ni ejecutivas, ya no atiendo clientes y tampoco hago negocios, para eso están los nuevos dueños.
El tercer paso consistió en buscar el sitio para mi retiro y lo encontré en Macondo a pocos metros del mar Caribe, allí construí mi rancho de paja con un estudio en madera nativa, con la tecnología para conectarme cuando puedo y sobre todo, cuando quiero. Dejé la ciudad luego de más de 30 años de vivir en la selva de cemento y tráfico. Encontré tranquilidad.
El cuarto paso consistió en el minimalismo, vivir más con menos, valorar las experiencias por encima de los bienes. Al fallecer mi esposa me encontré que estaba rodeado de muchas cosas que habíamos acumulado en el tiempo y que ya no necesitaba, me mudé a un apartamento más pequeño con lo básico, dejé de comprar electrodomésticos y otros artículos que no necesito y me dediqué a invertir en lo realmente necesario y útil, sin negarme algún gusto. Para mi viaje final no requiero muchas cosas, de hecho ahora me rinde más el dinero que antes cuando estaba activo, la vida laboral y social es muy costosa.
El quinto paso fue comenzar a invertir mejor mi tiempo. Un error es creer que cuando una persona se retira se convierte en un inútil, por eso los tratan como muebles viejos. Comencé a realizar actividades con horarios más flexibles, seguí con la docencia presencial y virtual para compartir experiencias y aportar a las nuevas generaciones, para esto utilizo la tecnología; comencé a estudiar esperanto como una nueva forma de comunicación; retomé la escritura, la lectura y la caligrafía; comencé a estudiar el saxofón, un instrumento al que voy y vuelvo cada cierto tiempo; adquirí una motocicleta custom para recorrer la Colombia profunda y documentarla. Además, como vivo solo, tengo que mantener el apartamento y hacer una de mis pasiones: cocinar. Nunca pensé que el retiro me consumiera todo el día.
Llevo 3 años en esta nueva vida y no extraño para nada la anterior, hasta pude afrontar una grave situación de salud que me hizo enfrentar con la muerte y que no hubiese podido superar si dependiera de un horario y un sueldo.
Mi consejo a mis hijos, estudiantes y amigos: antes de los 35 años coloquen la fecha y comiencen a trabajar para su retiro, la vida es solo una y solo se disfruta cuando se ve más allá del dinero.
PD. Hay dos pregunta que me hacen cuando hablo del tema: ¿Y las deudas?, si quiere tener una vejez tranquila lo financiero hay que comenzar a finiquitarlo desde el inicio del proyecto, se debe hacer un balance sobre los ingresos y el consumo si se quiere ser feliz, aléjese de los bancos.
La otra pregunta es: ¿Y el estudio de los hijos, las especializaciones?, los hijos forman parte del proyecto, claro está, hay que formarlos para dos cosas: la primera, que ingresen a una universidad pública y las hay muy buenas, yo soy el mejor ejemplo de eso; la segunda, que aprendan a enfrentarse a su vida personal y profesional con sus riesgos, sus errores, aciertos y deudas. Con los míos fui claro, ¿Qué mejor futuro que entregarles la empresa que construí y que fue nuestro sustento familiar durante más de una década?. El endeudarse por los hijos no le permitirá nunca retirarse.

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