miércoles, 9 de noviembre de 2022

El olvido de ser profesor

 

Luego de un lustro de estudio y dedicación, vences el miedo y aceptas el trabajo en esa isla que no aparece en el Google Maps, apenas tienes una reseña, te han dicho que se llega en lanchas rápidas, que no hay energía eléctrica permanente, el agua potable es por momentos y serás uno de los diez o quince profesores a quienes el destino, la suerte, la necesidad o posiblemente la ambición decidió que serás quien lleve algo de conocimiento a esa parte de Colombia a la que denominan "Profunda" para no dar mayores explicaciones de por qué en un país tan rico, ese pedazo es uno de los más pobres y olvidados.

Inicias con ímpetu, hay todo por hacer, quieres cambiar todo, quieres que esos niños y jóvenes vean más allá de lo que les permite la vista, se superen y con ello ayuden a las comunidades, en muchas ocasiones eres uno de los pocos, poquísimos profesionales que hay, eres incluso la autoridad porque no hay como pagar policías, tampoco sirve para mantener un cura lo que te convierte en el consejero de esas almas que solo existen para los votos, a diferencia del médico rural que va y viene, tu llegas para quedarte, si puedes sobrevivir al hastío.

Los días y las semanas comienzan a ser iguales, en algún momento dejas de usar tus pantalones y camisas de ciudad, algunos forman parte de la ropa de paño con la que te distinguías en tu círculo social, el calor y la comodidad terminan convenciéndote de que las bermudas y las camisetas son más cómodas, un día ya no solo la utilizas para los fines de semana, en algún momento tu ropero está lleno de eso, ya la utilizas para ir a enseñar, dejas los zapatos y comienzas a utilizar sandalias.

Al terminar tu jornada todas las tardes buscas con quién hablar de temas importantes, sin embargo no encuentras un par a tu nivel, tus compañeros hace años cayeron en el remolino de la cotidianidad, te refugias en los libros pero no hay con quién debatir, tampoco hay muchos libros, vas sin querer dejándote absorber por el día a día en charlas sin trascendencia.

Dejas de cocinar para tus amigos e invitarlos a beber vino en tu casa para hacer tertulias, aprender de otros mundos y otras visiones, el letargo de los fines de semana te llevan a beber cerveza en las tiendas, a veces regresas a casa con botellas de licor que algún parroquiano te obsequia, te enteras que uno de ellos se bebe en un fin de semana lo que te ganas en un mes. De algo sirve ser licenciado, por lo menos eres un ebrio distinguido.

Han pasado varios años, decides tener algo y a alguien en ese lugar, construyes una casa, te compras un terreno, unas vacas y una moto, ya te conocen como comerciante o agricultor, vas borrando todo signo del intelectual para lo que te formaste. Ves con los años como esos niños que recibiste en la escuela iban como un hobby, por que no hay nada más para hacer, una forma de emplear el tiempo. Cuando finalizan sus estudios se convertirán en pescadores o agricultores como sus padres y pronto tendrán una familia cuyos hijos llegarán de nuevo a tu escuela y de nuevo piensas que con esta generación será el cambio, un cambio que hace muchos años dejó de existir para ti.

Hay miles de profesores que están en islas en el mar, islas en las veredas e incluso islas en las ciudades, docentes que son para muchas comunidades el único contacto con un mundo civilizado que los olvidó y con ellos al profesor que llega allí.

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